jueves, febrero 27, 2014

Así ha de morir un ángel.

Estábamos sentados al borde de una azotea, me estabas contando una historia sobre cómo tu tío logró escapar del narco que lo perseguía por haberse cogido a su esposa y luego me empezaste a decir que debería fumar mota más seguido, que te gustaba más cuando era pacheca contigo
porque no era tan complicada,
porque no se me iba la mente a otro lado cada 5 minutos.
Estábamos sentados al borde de una azotea, me estabas contando la historia de cómo una vez te partieron la cara por una morra que te puso un cuatro.
Yo me quedé pensando en porqué no mejor me ponías a mi en 4 después de aventarme contra la pared y romperme las medias.
Estábamos ahí sentados con las piernas colgando, superando el vértigo que te hace querer aventarte y yo con ganas de decirte aventémonos juntos, no te puedes morir porque en los sueños 
uno despierta justo antes de tocar el suelo.
Estábamos sentados al borde y tú seguías soltando palabras y yo nadamás veía como se iban acumulando unas tras otras hasta que soltabas una palabrota que apucharraba a todas y entonces hacías una pausa para fumar del porro que aún tenías entre los dedos.
Estábamos ahí sentados y no me hacías caso, lo único que hacías era recordar el pasado y hablar de él. Y yo solamente me quedaba en el presente esperando que te dieras cuenta de que el futuro no existe, pero yo te estaba pasando.
Estábamos sentados al borde de la azotea y el reloj marcaba las 7:27 y el sol ya no iluminaba nuestras caras.
Seguías preguntándome cosas, y dándole vuelta a las posibilidades.
Estabas contándome la historia de cómo ícaro voló tan cerca del sol que sus alas se derritieron y yo imaginándome toda la escena, viendo caer una a una las plumas mientras lo único que caía sobre nosotros era la oscuridad de la noche y la pesadez del sueño.
Estábamos sentados al borde de la azotea, como nunca antes habíamos estado, y no estabas entendiendo nada de lo que yo decía. Y entonces me quedé pensando en lo bueno que sería despertar ahora. 
Estabas sentado al borde de la azotea, superando el vértigo, viéndome caer.
Yo solamente me quedé flotando, hasta que mi cabeza chocó contra el suelo.


                               . . .

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